– No me des todo lo que pido. A veces sólo pido para ver hasta cuánto puedo coger.
– No me grites. Te respeto menos cuando lo haces y me enseñas a gritar a mí también. Y yo no quiero hacerlo.
– No me des siempre órdenes. Si a veces me pidieras las cosas, yo lo haría más rápido y con más gusto.
– Cumple siempre las promesas, buenas o malas. Si me prometes un premio, dámelo; pero también si es un castigo.
– No me compares con nadie, especialmente de la familia. Si tú me presentas mejor que a los demás, alguien va a sufrir; y si me presentas peor que los demás, seré yo quien sufra.
– No cambies de opinión tan a menudo sobre lo que debo hacer. Decide y mantén esa decisión.
– Déjame valerme por mí mismo. Si tú haces todo por mí, yo nunca podré aprender.
– No digas mentiras delante de mí, ni me pidas que las diga por ti, aunque sea para sacarte de un apuro. Me haces sentir mal y perder la fe en lo que dices.
– No me exijas que te diga el por qué cuando hago algo mal. A veces ni yo mismo lo sé.
– Admite tus equivocaciones. Crecerá la buena opinión que yo tengo de ti y me ensañarás a admitir las mías.
– Trátame con la misma amabilidad que a tus amigos: ¿A caso porque seamos familia no podemos tratarnos con la misma cordialidad que si fuéramos amigos?
– No me digas que haga una cosa si tu no la haces. Yo aprenderé y haré siempre lo que tú hagas, aunque no lo digas, pero nunca haré lo que tú digas y no hagas.
– No me digas “no tengo tiempo”, cuando te cuente un problema mío. Trata de comprenderme y ayudarme.
– Quiéreme y DÍMELO. A mí me gusta oírtelo decir, aunque tú no creas necesario decírmelo…
Con cariño, de tu hijo.
Dra. Gledys M. Freijanes Padrino
PEDIATRÍA